Un año después la fatiga psicológica está siendo implacable con la sociedad, los efectos sobre la salud mental deben ser atendidos. El aislamiento social, el temor al contagio, la incertidumbre, la angustia financiera, el miedo o los duelos mal resueltos están minando la salud mental de todos y todas. La ausencia de recursos y de una buena coordinación de los servicios, ha relegado a la salud mental a un segundo plano, que en este año de pandemia ha puesto en entredicho la gestión de la atención sanitaria.
Entre el 20% y 25% de las personas que demandan asistencia en Atención Primaria presentan problemas de Salud Mental. Solo un 10% son derivados a unidades especializadas de salud mental, permaneciendo el 90% en Atención Primaria con seguimiento del profesional médico de referencia. Esta situación conlleva, por un lado, un nivel de saturación notable para estos profesionales y, por otro, a pesar del esfuerzo de los facultativos de los servicios de Atención Primaria, que un amplio número de personas no reciban el tratamiento terapéutico necesario.
El 10% que es derivado, dada la insuficiente presencia de profesionales de la psicología clínica en los centros especializados de salud mental, encuentran una pobre respuesta a la fuerte demanda existente, con un aumento del tiempo de espera entre consultas de hasta tres meses “para tratamientos que requerirían una periodicidad mucho mayor”, o incluso sin un seguimiento o finalización del tratamiento terapéutico.
El resultado es una medicalización de los problemas en salud mental, con un exceso del uso de los psicofármacos, que incluye a aquellos problemas de gravedad leve o moderada que responderían muy bien a los tratamientos psicológicos, con las consiguientes ventajas tanto para las personas que reciben la atención psicológica, como para la economía sanitaria y el gasto en farmacia. Es evidente la urgencia de aunar fuerzas y realizar una planificación que permita articular una acción más integrada, más coordinada y eficaz, en la atención a la Salud Mental. Resulta, si cabe, más que justificada cuando se atiende a los datos del aumento de personas que fallecen por causa del suicidio, convirtiéndose en la primera causa de muerte no natural en España, duplicando a los accidentes de tráfico.
Los datos son aterradores; 10 personas al día mueren por suicidio, lo que supone un fallecido cada 2 horas y media. Pero más escalofriante, si cabe, es la cifra de las personas que lo intentan, por cada suicidio que se consuma, se producen 20 intentos, según la OMS. Estas cifras de fallecimientos, verdaderamente alarmantes, dan cuenta de la necesidad de tomar consciencia de la magnitud de los problemas asociados a la Salud Mental, así como de redoblar esfuerzos y adoptar todas las medidas necesarias para una prevención eficaz, una detección precoz, una intervención inmediata y una asistencia social integral para las personas con problemas de salud mental y, en particular, aquellas con impulsos suicidas, y sus familias.
La pandemia ha generado un incremento de trastornos emocionales y de problemáticas psicológicas, tomando especial relevancia, tanto en adultos como en población infanto-juvenil: Síntomas asociados a trastornos de ansiedad, trastorno de estrés postraumático, fobias, depresión, alteración del sueño, trastornos obsesivos compulsivos, entre otros, representan a los problemas que se han incrementado como consecuencia de la pandemia, el confinamiento, las restricciones y las consecuencias socio-económicas.
Los datos ya disponibles en diferentes estudios nos advierten de que estos problemas se han multiplicado por tres. Problemas para los cuales la psicología clínica tendría una buena respuesta si atendiendo a esta realidad se implementaran los profesionales especialistas en todos los niveles, y especialmente en atención primaria.
Cristina Valido García.