El martes y miércoles, 26 y 27 de septiembre, Alberto Núñez Feijóo sufrirá su mayor descalabro político desde que en 2009 accediera a la Presidencia de la Xunta de Galicia, su tierra natal, puesto que abandonó en 2022. Sí, 13 años, 13. Ni en el más optimista de sus sueños, el mejor de sus “buenos socialistas” le apoyará con su voto. En todo caso un “buen socialista”, supuestamente anti amnistía, esperará a que Sánchez también opte a ser investido -si es designado por el Rey para ello-, y votará en contra. La consecuencia, nada improbable, será un adelanto electoral que ya tiene fecha (por cuestión de ley y calendario): 14 de enero. Domingo, claro.
Los populares “de bien”, ante el fracaso de su “líder”, deberían apoyar entonces a Pedro Sánchez para que forme Gobierno. Todos los “buenos conservadores” deberían prestar a Sánchez su apoyo sin fisuras, tras el fracaso inapelable que sufrirá su “líder”, Feijóo. Eso sí, con la indispensable condición de que los independentistas catalanes quedarán en “fuera de juego” para hacer posible el gobierno de Sánchez sin la necesidad de los votos separatistas.
Visto lo visto, el disparate al que la clase política y el resto de poderes lleva a este país -los datos macroeconómicos están muy bien para fardar más allá de los Pirineos, pero darle vida a la despensa es casi imposible para el común de los españolitos-, urge una nueva forma de gobernar España. El PP y el PSOE están obligados a ser coherentes, abandonar estos tejemanejes de pactos con sus afines extremos ideológicos. El futuro de más de 48 millones de españoles no puede pasar porque los extremistas condicionen nuestro presente, tras casi cuarenta y cinco años desde la Transición, ni, mucho menos, nuestro futuro. Desde que existe el género humano, los extremistas (económicos, religiosos, ideológicos…) llevan arrastrando a la humanidad a las mayores atrocidades y carnicerías entre congéneres. Así lo han hecho reyes, emperadores, comunistas, fascistas, nazis, falangistas, franquistas… Y en nombre de Dios, desde que lo creamos.
España no se acaba el 27 de septiembre, no. España nunca se ha acabado, pese a los augurios de los de siempre. Probablemente, si Sánchez consigue reeditar su gobierno “de progreso” viviremos otros, presumiblemente, cuatro años con la cantinela populista ya conocida y desnortada. No estamos en ese punto, pero estos días ya apuntan los dirigentes del PP y todos los medios conservadores -en internet los hay a la patada y en el papel y la pantalla, ni te cuento-, eso de que éste es un “gobierno nacido del fraude electoral”, un “gobierno ilegítimo”, “nosotros somos los ganadores y no nos dejan gobernar”, etc. Y el Poder Judicial seguirá cuatro años más bloqueado por los “constitucionalistas” y “demócratas” populistas del PP.
A Feijóo le esperan, en el mejor de los supuestos, cuatro largos años en la oposición. Lo más probable es que no cumpla ni uno, pues ya sabemos que un sector, ese que dice que España es Madrid, lleva mucho tiempo y con mucho trabajo “provocando fuego amigo” desde las trincheras azules para que, a la primera oportunidad, Ayuso asalte La Moncloa con escala previa en Génova. Cuatro años en política es mucho tiempo de espera, y ni Ayuso ni, sobre todo, su inventor y ventrílocuo, Miguel Ángel Rodríguez, tienen paciencia ni sentido del interés general.
La duda a despejar es si tras su fracaso más que previsto –si no, para qué ocupar la calle contra medidas que ni siquiera se han anunciado ni se pueden aplicar por un gobierno en funciones, para qué el PP ordena a sus voceros y juntaletras desprestigiar a una hipótesis de gobierno, para qué emplear argumentos que contradicen tus acciones (¿habrá algo más peligroso en este país que Vox?)-, el gallego pasará a formar parte del olvido, como le ocurriera a su predecesor (un tal Pablo Casado) o retornará a sus orígenes políticos, de donde algún día, quizá, se arrepienta de haber salido. O no.