La suerte de seguir viviendo en un mundo competitivo y desigual

Rafael Lutzardo.

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El tiempo pasa y con ello nuestras vidas. Todo lo que parecía que no iba a suceder desde nuestra infancia, el tren de la vida pasó a una velocidad descomunal. Creíamos que no íbamos a crecer o cumplir años, que nos quedábamos para siempre en la edad de la adolescencia, pero llegó el día, el momento y la hora, donde la vida nos dio responsabilidades con más años de experiencias y conocimientos. Cuántas veces nos preguntábamos: ¿cuándo seré mayor de edad? Parecía que la vida se había parado en esa etapa de nuestras vidas, la cual se resistía avanzar, por lo menos es lo que yo pensaba en aquellos momentos. Sin embargo, habían obligaciones para las personas menores. Es decir, teníamos que aprender a leer y escribir, acudir todos los días al colegio público y privado, este último si tu familia tenía una estabilidad económica asegurada. También, respetar a tus padres y a las personas mayores.

Del mismo modo, el aseo personal y la estética de la ropa y calzados. Todo dependía de la casta social a las que pertenecían las familias. Como siempre, el mundo se divide entre ricos, clases medias y pobres. Los ricos y clases medias, buenos coches, casas, ropas, calzados de marcas y suculentas comidas, al margen de buenos puestos de trabajos hereditarios en el caso del sector funcionarial. El pobre, calzones remendados, alpargatas de gomas y telas, camisas usadas regaladas por algún vecino y comidas sencillas de cucharas y en ocasiones, donadas por Cáritas. Mientras que las viviendas, en su mayoría, eran las cuevas de los barrancos o ciudadelas.

Del mismo modo, las familias pobres solían hacer las comidas con leña, más tarde con cocinillas de petróleo, cuyo mantenimiento eran los estupidores y gorros de cocinillas. A diferencia del rico y el de clase media, el pobre solía comprar fiado en los pequeños establecimientos comestibles o ventitas. Pese a las carencias y pocas oportunidades que tenían los pobres de consolidar una carrera universitaria y puestos de trabajos con futuro, aquella etapa de mi infancia fue bonita, romántica, donde la maldad entre vecinos no estaba activada como está hoy en muchos barrios y pisos particulares.

Del mismo modo, había mucha inocencia, pero sobre todo mucha solidaridad entre los vecinos de todas las clases sociales. Era una vida más sana y a la vez productiva, donde la tierra tenía un nombre y un respeto. Se cultivaba de todo, destacando las plataneras, tomates, caña dulce y papas. Las Navidades; Reyes y Fin de Año eran muy especiales, prevaleciendo los valores morales de la unidad familiar. Del mismo modo, muchas casas tenían en las puertas principales un hilo que daba al exterior de las calles. Eso demostraba que había seguridad y tranquilidad en aquellos tiempos.

Bueno, lo cierto es que hemos crecido, sustituyendo a otras generaciones anteriores a las nuestras. Ya somos mayores en edades entrantes en nuestras vidas; responsables, ‘arquitectos’ de nuestros propios proyectos, tanto familiares como trabajadores, y, responsables de nuestros propios negocios. Ya se nos exigen responsabilidades y obligaciones, pero también el paso del tiempo que ha ido pasando por nuestras vidas sin darnos cuenta.

En fin, lo mejor es seguir viviendo con salud y calidad de vida y lo que venga ahí estaremos preparados para resistirlo y vencerla. No podemos vivir con la amargura de lo que pudiera suceder en un presente o en un futuro. Lo importante es vivir el día a día lo mejor posible y que los años que vayamos cumpliendo sean para sentirnos mejores personas.

                                                                         Rafael Lutzardo, periodista y escritor.


 

Resumen
La suerte de seguir viviendo en un mundo competitivo y desigual
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La suerte de seguir viviendo en un mundo competitivo y desigual
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Artículo de opinión de Rafael Lutzardo, periodista y escritor
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