Sabido es, que el pasado ya no aporta ninguna novedad que pueda sustituir al actual presente. Es decir, el pasado murió junto con las generaciones anteriores a la nuestra. Sin embargo, me gustaría recordar una parte de lo que fue mi infancia, especialmente sobre la influencia y el poder que tenía y sigue teniendo la Iglesia en España. Una religión, que me inculcaron desde que nací, sin comérmelo ni bebérmelo, pero el poder afectivo de la familia, junto con el sistema dictatorial del franquismo y de la propia Iglesia, así lo decidieron. Todavía recuerdo cuando me obligaron hacer la Primera Comunión. Un día estresante y desubicado en el entorno donde me movía. Disfrazado de marinero, de color blanco desde los pies a la cabeza y con un crucifijo adornado con un cordón amarillo en el pecho, resultó ser mi presentación en la sociedad tinerfeña. Un día maratoniano con las estampitas religiosas en las manos, junto con el apoyo incondicional de mi madre, recorrimos medio Santa Cruz. Es decir, visitando casas de los vecinos de la Avenida de San Sebastián, sin excepción de otros puntos de la ciudad tinerfeña, con el objetivo de ofrecer unas estampitas o recordatorios a los conocidos vecinos de mi madre . Y de paso, recoger un dinerillo por la estampita religiosa.
Sin duda, ese día de mi infancia quedó grabado en mi memoria. De alguna manera fui obligado hacer algo que yo no comprendía ni quería, pero en aquella época y por la edad que tenía, no me quedó otro remedio que aceptar lo que los poderes facticos de aquél pasado querían. Por si fuera poco, tenía que disimular una sonrisa a la hora de ofrecer la dichosa estampita, con el propósito de agradar y caer bien a las familias visitadas. Con el tiempo, fui comprendiendo que todo aquello fue un montaje del aparato del sistema dictatorial, donde la Iglesia hacia lo que quería a través de su historia y poder bíblico, pero sin olvidar el papel que tuvo en Occidente, donde se vinculó estrechamente a la sociedad feudal; ejerciendo un gran poder feudal, pues no en vano poseía la tercera parte de la propiedad territorial del mundo católico y en otras cosas, teniendo derecho al diezmo, que era la décima parte de las cosechas de todos los campesinos. Ese evento religioso, por no llamarlo la Feria de la Iglesia, denominado como Primera Comunión, resultó para mi una pesadilla que nunca podré olvidar.
Bueno, cada uno es dueño y señor de creer en lo que desee. La fe es algo que el ser humano tiene como referente a través de la Iglesia Católica. Somos libres para pensar y elegir lo que queremos, pero teniendo en cuenta que no me lo impongan cuando todavía no tengo uso de la razón. Sobre todo, sabiendo como fue la Iglesia en la Edad Media. Del mismo modo, en la actualidad, donde ese Estado eclesiástico llamado El Vaticano, en los últimos años del siglo XX y prinpio del XXI, reconoce la pederastia en muchos de sus ministros relacionados con Dios. Así pues, dejemos correr un tupido velo y que cada uno se aferre a la fe que sienta y crea. Yo, si volviera a nacer, no quisiera vivir nunca más un episodio como el que el contado anteriormente de una parte de mi infancia.
Rafael Lutzardo, periodista y escritor.