La vida después del confinamiento

929

En estos meses hemos oído frecuentemente que la COVID-19 es una advertencia a los daños que le estamos ocasionando al planeta. Seguramente no será así, pero es obvio que nuestra vida ha cambiado, hemos evolucionado o involucionado. Lo que es innegable es el cambio que hemos experimentado en nuestras vidas y en nuestras mentes. Ya nada volverá a ser lo mismo. Ya, al potaje de lentejas le encontraremos otro sabor, otro olor, otra sensación. Ahora, el tejido social debe ser más fuerte porque nos hemos dado cuenta de que en solitario, quizá no llegaremos.

Debemos buscar un modelo de tolerancia, de diversidad, de igualdad social que nos genere felicidad. Hay que estar vigilantes para que nadie se quede en el camino y esa debería ser ahora nuestra premisa: Cuidarnos, mirar a nuestro alrededor, sentir como nuestros los problemas que tenemos cerca de nosotros, y como dice una gran amiga mía, @EtiKMaite, a quien recomiendo que sigan, “Utilizar un lenguaje compasivo” que no es lo mismo que “compasión”. El lenguaje compasivo es ponerse en el lugar de la otra persona y convertir lo negativo en positivo.

Hemos vivido una inmensa espiral de dolor y soledad. Tenemos una memoria bastante corta en el tiempo y muy selectiva, por lo que tendremos que ejercitarla para sacar una enorme enseñanza de lo que nos ha tocado vivir que, posiblemente, se podrá repetir, aunque no sea en una pandemia, sino en cambios sociales absolutos. Aprender de todo lo que nos ha pasado deberá ser un libro de texto en nuestras vidas.

De repente, nos hemos dado cuenta de que somos menos poderosos de lo que realmente pensábamos. Todo nos puede cambiar en cuestión de segundos, por lo que debemos ponerle una mayor intensidad a nuestras vidas, sobre todo, los momentos asertivos que nos acontecen. Somos seres minúsculos y muy vulnerables y esto no cambiará. Quizá nunca habíamos tenido a la muerte mirándonos tan cerca, tan pegada a nosotros.

No estábamos preparados para la solidaridad. Lo vimos en los respiradores artificiales, lo observamos en las mascarillas, vimos cómo se acaparaban los geles hidroalcohólicos, el papel higiénico, los alimentos de primera necesidad. Nuestro sistema debe cambiar. No estamos solos en este planeta y debe ser obligatorio y urgente cuidar sus nortes, sus sures, sus estes y sus oestes. Es una imperiosa necesidad. Es inaplazable, es una cuestión de supervivencia.

El mundo lo ha comprendido. Un suceso que ocurra en los Estados Unidos como la muerte de un ciudadano de raza negra a manos de la policía, se convirtió en un episodio global. Esto deberá ser así para muchas más situaciones porque formamos “parte de un todo”. Estamos viendo como países del primer mundo han quedado pulverizados ante esta pandemia y muchas personas buscan sus orígenes, sus aldeas o sus pueblos para sentirse más seguros. Estados Unidos, por ejemplo, ha quedado en franca evidencia, siendo el país del mundo con más muertes y más contagios. Los sistemas económicos deben dar prioridad a garantizar los sistemas sociales potentes y luchar por un estado de bienestar para la humanidad y derechos que son primordiales. Llegó la hora de “practicar y no pregonar”. Menos cumbres y más soluciones.

Formamos parte del planeta Tierra. ¿Se imaginan que me cortase un brazo o una oreja? No lo hago porque forma parte de mi cuerpo. Pues exactamente igual debemos hacer con nuestro planeta porque formamos parte de él.

Durante estos meses, hemos extrañado un abrazo, una voz, una caricia, una mirada, una sonrisa, una canción, un remanso de paz. Ahora nos toca valorarla inmensamente. Cuando nos podamos volver a besar, a acariciar o a amar, hagámoslo con toda la intensidad que nos sea posible. Ese momento ya más nunca volverá. Vendrán otros, pero ninguno será como el que hemos vivido

Quizá la economía cambie porque tenemos que darle valor a lo más cercano, a nuestro entorno, a la economía social, a la economía circular. Cualquier sistema económico debe generarnos felicidad y conciliación. Si no es así, quizá no nos sirva. La huella de carbono de cualquier prenda debe ser una práctica habitual. Si una camiseta cuesta 2 euros y es fabricada en Bangladesh, tenemos que saber que quizá estemos contribuyendo a la más terrible de las explotaciones. Debe importarnos. Menos, es más. Los hábitos habrá que cambiarlos. Quizá con tres pantalones vaqueros sea suficiente…¡Quizá! Si tenemos 15 Jeans, algo está fallando.

El Desarrollo Comunitario, el impulso a la comunidad desde nuestro ámbito, compartir afectos, apoyos, respaldos, adhesiones, y apoyar al Tercer Sector para que su trabajo tenga un interés comunitario debe hacernos sentir que estamos aquí para algo, para contribuir a una vida más pletórica.

Debemos cambiar nosotros para poder hacer cambiar el mundo. Si las lentejas nos producen el mismo sabor, si seguimos comprando camisetas a tres euros sin preguntarnos su procedencia, si odiamos, si nos metemos en nuestra caja de cristal y nos cerramos los ojos, entonces la pandemia no se habrá marchado. La pandemia se irá definitivamente cuando logremos cambiar para intentar hacer felices a los demás. Ese es el auténtico secreto de la felicidad, que es muy efímera.

                                                        Efraín Medina                                                                                         Consejero de CC-PNC del Cabildo de Tenerife