Hoy más que nunca, nos jugamos nuestro futuro

Teresa Cruz en su artículo semanal reflexiona sobre los jóvenes y su relación con los brotes activos de coronavirus en nuestro país

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Los brotes activos de coronavirus en España contabilizados hasta el 21 de agosto ascienden a 1.126, con más de 12.400 personas contagiadas, según el último informe emitido por el Ministerio de Sanidad. El mismo contabiliza 1.777 focos desde que finalizó el estado de alarma, con 18.968 personas infectadas.

El Ministerio de Sanidad sigue con especial inquietud los brotes en el ámbito social, que concentran un 38,7 % de los casos y están asociados, principalmente, al ocio nocturno y las reuniones familiares y de amigos. Por ello el Ministerio hace un llamamiento a que los jóvenes entiendan «cómo hacerlo bien» y a que los especialistas busquen «maneras alternativas» de diversión.

Desde mi punto de vista, no resulta tan necesario en estos momentos centrarnos en que los jóvenes lo “hagan bien” como que lo hagan de manera responsable. Es en esta cuestión en la que debemos centrar todos nuestros esfuerzos: familia, entidades públicas y privadas y la sociedad.

Con el fin del estado de alarma y la llegada de la llamada nueva normalidad el 21 de junio, los ciudadanos recuperaron la libertad de movimiento, un escenario ante el que resulta clave la importancia de detectar, aislar y controlar los brotes.

Hemos vivido a nivel mundial desde marzo una situación inédita en el último siglo con motivo de la pandemia por el coronavirus. La anterior crisis sanitaria de 1918 fue causada por el virus H1N1 con genes de origen aviar. Si bien no hay un consenso universal respecto de dónde se originó el virus, se propagó a nivel mundial durante 1918-1919. Se calcula que alrededor de 500 millones de personas o un tercio de la población mundial se infectó con este virus. La cantidad de muertes estimada fue de al menos 50 millones a nivel mundial y 675 000 en Estados Unidos.

La tasa de mortalidad fue más alta entre personas menores de 5 años, entre 20 y 40 años y mayores de 65 años. Los esfuerzos de control a nivel mundial se limitaron a intervenciones no farmacéuticas como aislamiento, cuarentena, buenos hábitos de e higiene personal, uso de desinfectantes y limitaciones de reuniones públicas.

En esta pandemia como la anterior, las medidas sanitarias adoptadas han sido idénticas, no se puede inventar lo que ya está descubierto. Antes, igual que hoy, el conjunto de la ciudadanía, clase política y gestores públicos nos limitamos a seguir las recomendaciones sanitarias que están basadas en evidencias científicas. Aunque las mismas para un sector, afortunadamente ínfimo, parece que respondan a simples ocurrencias.

La actual crisis sanitaria se ha cebado especialmente con nuestros mayores, por ello todas las medidas se han orientado especialmente a proteger a los colectivos más vulnerables.
El ser humano es un ente social, que se desarrolla adecuadamente cuando establece vínculos correctos con las demás personas, y si no resuelve esta necesidad podría padecer sufrimientos psicológicos y resultar vulnerable social e ideológicamente.

En las sociedades contemporáneas ser joven es una experiencia en la que las acciones de los sujetos están influidas, aunque no necesariamente determinadas, por los contextos socioestructurales en los que aquellas se desarrollan. Los jóvenes construyen sus biografías en relación con los otros y con la sociedad en la que viven, pero siempre dentro del marco de oportunidades y riesgos definidos por el contexto sociopolítico e institucional en el que viven su juventud. Conjunto de personas, que por cierto, cada vez resulta más difícil identificar por la progresiva prolongación de la juventud o retraso de la edad adulta en la que pretendemos encorsetarla.

No sería justo limitarnos a señalar que un grupo de nuestra sociedad muy heterogéneo y diverso está poniendo en riesgo nuestra vida, salud, economía y el Estado de Bienestar de todo un país. La familia es la institución social que más influye en el desarrollo de las personas. En ella se deposita en gran medida la educación, aprendizaje, costumbres, normas de sobrevivencia y convivencia, básicas para la interrelación con los demás y con el contexto.

De igual manera son las familias las responsables de la construcción de la subjetividad y el desarrollo de sus potencialidades, aspectos fundamentales para aprender a discernir y actuar acorde con los sistemas y organizaciones existentes. Estos jóvenes gregarios, que no tienen un comportamiento adecuado a las normas que nos hemos dado todos y todas no han surgido ‘per se’, sino que han nacido y criado en la sociedad que hemos creado en el último medio siglo. Así que debemos asumir la responsabilidad compartida, unos como progenitores y otros como gestores públicos.

En el último informe sobre la juventud en España se indica que tres de cada cuatro jóvenes afirman tener una satisfacción muy alta con la vida (77% tanto entre los de 18 a 24 años, como el 76,9% entre los de 25 a 34 años), lo que más satisfacción les producen son los amigos, la salud y la familia (más del 80% se muestra altamente satisfecho con estas dimensiones de su vida). Mientras que el trabajo y la situación económica son los aspectos que generan más insatisfacción.

Cada vez, con más insistencia, en diferentes escenarios se debate sobre la notable apatía de la juventud, que se torna, incluso, en falta de rebeldía. Se afirma que los jóvenes de hoy viven en un mundo demasiado cómodo. Disponen de gran estabilidad tanto material como afectiva. Y, en consecuencia, no habían encontrado contra qué reaccionar ni contra qué rebelarse hasta que apareció la crisis sanitaria mediante la que han canalizado su descontento en cuestiones como uso de la mascarillas, no hacer aglomeraciones…

Por ello, después de esta crisis sanitaria es necesario hacer una reflexión profunda de la dimensión colectiva de las relaciones que los jóvenes mantienen con el ámbito de lo público, con la sociedad en la que viven y a la que pertenecen. Ser conscientes que joven y rebeldía son las dos caras de la misma moneda; pero es crucial la implicación y participación activa de los jóvenes para el desarrollo de este país. Hoy más que nunca se hace necesaria la responsabilidad de todos y todas, nos jugamos nuestro futuro.

                                                                                      María Teresa Cruz Oval. Diputada del Grupo Parlamentario Socialista.